Mitología griega, ciencia ficción, magia y tecnología son cuatro ingredientes principales que Gabriel Sánchez García-Pardo mezcla en Cruzamundos. El resultado, un libro espectacular a nivel narrativo y educativo que lleva al joven lector –y al no tan joven– a formar parte de un mundo fantástico sin perder de vista la realidad terrena.
El autor no descuida detalle alguno. El mapa de los mares de Ilus al principio y al final del libro abre y cierra una aventura que tanto jóvenes como adultos querrán vivir. Es un primer contacto visual con la aventura que va a comenzar y que lleva al lector a identificar los lugares mencionados con sitios reales, como el caso de Athena, que recuerda a la gallega Torre de Hércules.
El prólogo ya nos revela parte de los ingredientes mágicos, a modo de narración mitológica, el autor presenta en su justa medida a Jake y a Cora, los gemelos protagonistas, y a la tragahistorias, dejando así la miel en los labios del lector. Desde el principio Cruzamundos se convierte en un libro difícil de soltar.
El dominio del lenguaje del autor es sencillamente magnífico, el equilibrio entre la narración y la descripción es prácticamente perfecto. Las descripciones son sutiles, bellísimas, hacen que el lector toque, huela y sienta el agua o el cielo. La abundancia de adjetivos y de epítetos crea una cadencia musical y una claridad visual tal que a veces parece como si se estuviera en una sala de cine. Se debe insistir en el gran valor educativo y didáctico que tiene este libro, hay una presencia importante de palabras desconocidas para el joven lector –y, de nuevo, para el no tan joven también–, que lo llevará a ampliar su conocimiento de la lengua. Gabriel recupera y muestra la riqueza de nuestro lenguaje. Además, a este lenguaje cuidado, se suma la presencia de expresiones idiomáticas que llevan al joven lector a sentirse cómodo y seguro, dispuesto a descubrir nuevas aventuras y nuevas palabras. El lenguaje propio y particular de este mudo ilusiano donde la distancia se mide en «shunes» y hay «cara-olas» y «caballenas» hace que sea una aventura única.
Gabriel Sánchez no solo se vale de los recursos estilísticos –metáforas, contrastes, comparaciones y aliteraciones– para crear efectos visuales, sino que también emplea recursos propios de la poesía surrealista para imprimir carácter a sus personajes y dar la sensación de que se está oyendo realmente lo que dicen, de que se les puede tocar, como puede ser el empleo de la cursiva cuando se habla de forma telepática o la negrita y la cursiva a la vez, que refuerza el estruendo y la fuerza de la voz del gigante de tres cabezas. Cruzamundos es un libro con efectos especiales.
Vemos un renacer del mundo clásico con tintes del mundo actual, se hacen alusiones constantes al mundo real a través de menciones al fútbol o a la televisión e incluso con la presencia de anglicismos de moda, como muffin.
El autor impregna este libro de referencias externas sutiles, cuando Jake se convierte en un «pirata honrado» no podemos dejar de pensar en el poema de José Agustín Goytosolo cantado por Paco Ibáñez; el mismo escarpín nos recuerda a Espronceda y la canción del pirata y su «velero bergantín»; o el robot Nimi, que nos saca una sonrisa al pensar en sus posibles familiares, R2-D2 o Wall-e. Estas referencias exquisitas a elementos literarios y cinematográficos demuestran la capacidad del autor de mezclar armoniosamente todos los ingredientes para crear una receta propia, con un sabor genuino y que engancha, el lector querrá repetir plato. Siendo un libro de literatura juvenil, estas referencias llevan al lector adulto a saborear aún más su lectura.
La elección de los nombres es clave y cabe decir que muy acertada. El apellido de los hermanos, Robinson, nos traslada a un mundo de aventuras, propio de Robinson Crusoe. Y el resto de nombres, desde los topónimos y gentilicios hasta los nombres propios, muestran tal variedad que hacen honor al título del libro, Cruzamundos, pues desde el punto de vista del español, unos nombres suenan ingleses –Jake–, otros recuerdan la mitología griega –Geryon, Castor o Helena–, y otros resultan más familiares –Cora–, de manera que el lector tendrá que abrir su mente y vivir esa mezcla, uno de los valores por excelencia en esta narración.
La longitud de los capítulos es adecuada, no muy larga para cansar a un lector juvenil y perfecta para ir de una historia a otra mientras se van entrelazando hasta llegar al desenlace final.
Los valores humanos de los que está impregnado Cruzamundos desde la primera letra hasta la última es otra de las grandezas de este libro y del autor. La aceptación de lo raro, seres verdes, azules o con colas de gato; el trabajo en equipo para superar los obstáculos; el reconocimiento de los errores para mejorar y la humildad necesaria para reconocerlos; la exigencia y la disciplina; la traición y la lealtad; las formas que hay de superar el miedo, el valor o la cobardía; la eterna lucha entre el bien y el mal; la amplitud de miras para aceptar otras culturas, otras formas de ser y de actuar; la magia y la guerra y hasta los golpes de humor que presenta el autor, hacen de este libro una lectura obligada para padres e hijos para fomentar una cultura y una educación transfronterizas.
En definitiva, Cruzamundos brilla como sus colores, ya sea azul cobalto, azul cielo o azul marino, brilla con luz propia y el lector se convierte en un tragahistorias que leerá a partir de ahora las historias de Gabriel Sánchez García-Pardo «para alimentarse y sobrevivir».
MªCarmen de Bernardo Martínez